Chile, un país corrupto
- Sergio Fernández
-
-
- La duda surgió, explotó más bien, en Icare 2015. ¿A qué país se habrá
referido el ministro Peñailillo cuando afirmó, de manera tan tajante,
tan suelto de cuerpo, que “Chile no es un país corrupto”?
Desde luego, no hablaba del Chile que conocemos la inmensa mayoría de
los chilenos. Este Chile, el cotidiano, esa larga faja con vista al mar
donde vivimos nuestra rutina diaria, no tiene esa cualidad. No merece
semejante calificativo. ¿Un alcance de nombre, tal vez? Tampoco. Como es
fácil de comprobar, el único país llamado Chile que existe en el orbe,
es éste. ¿Cómo entendemos, entonces, la temeraria afirmación del
ministro?
Descartando de antemano que Peñailillo esté, a propósito, propalando
falsedades, se me ocurren dos explicaciones: o el ministro insiste en
incursionar en el humor político (habría que pedirle que no persista, ya
que, de manera definitiva, no tiene condiciones para ello) o está, lisa
y llanamente, equivocado.
Porque ocurre que Chile, sin ninguna duda, es un país corrupto.
Permítame exponerle mis argumentos.
Lo primero que habría que señalar es que no existen los países
incorruptos. Ninguna nación del orbe está libre de que algún
sinvergüenza pretenda aprovecharse de su poder, político o económico,
para ordeñar al Estado. Y las vías para hacerlo son, fundamentalmente,
tres: utilizar recursos públicos en provecho propio; hacer uso de la
posición que uno ocupa (y de la información que maneja) para
favorecerse, o favorecer a los cercanos, indebidamente; e influir en los
legisladores para obtener normas o granjerías que beneficien los
propios intereses, en perjuicio del interés común.
Sin embargo, y en eso tiene razón el
ministro, es posible hacer la distinción entre países corruptos y no
corruptos, ya que ella no tiene que ver con el hecho de que existan o no
casos de corrupción –siempre van a existir–, sino con el énfasis que la
sociedad pone en evitar que los haya.
Así, un país no corrupto es aquel que establece los controles
adecuados para impedir o detectar los actos de corrupción y que, cuando
los detecta, primero los transparenta y luego los sanciona
drásticamente.
Por el contrario, un país corrupto es aquel que no cuenta con los
mencionados controles y donde, si se llega a detectar accidentalmente
algún acto de corrupción, primero se intenta ocultarlo y luego, si ello
no es posible, se establece una mínima sanción para quien lo comete o,
derechamente, no se le sanciona.
Ahora, la pregunta del millón: ¿a cuál de esos dos tipos de países, le parece a usted, se asemeja más el Chile de hoy?
Lo invito a que ahondemos en tan relevante tema.
Lo primero: ¿existen en Chile los controles adecuados para impedir o detectar los actos de corrupción?
¿Necesito, de verdad, esforzarme para responderle esa pregunta? No,
¿verdad? La respuesta es más que evidente. La sola creación de este
“Consejo Asesor contra los conflictos de interés, el tráfico de
influencia y la corrupción” es prueba fehaciente de que no sólo no
existen dichos controles, sino además de que los responsables de
desarrollarlos e implementarlos no saben qué hacer al respecto. No
tienen idea. Sólo si usted necesita corregir algo que anda mal y no sabe
cómo, llama al experto. De lo contrario, va y actúa.
Tenga presente, además, que los casos de corrupción que salen a la
luz pública son sólo los que surgen accidentalmente, por descuido de los
involucrados. Pero, ¿y los que no surgen? ¿Los que ignoramos? ¿O usted
se atrevería a asegurar que los pocos que conocemos son los únicos que
existen? En el mismo caso Penta, por ejemplo, se conocen las aristas
Soquimich, Alsacia, Ripley y CorpBanca, pero Michel Jorratt acaba de
notificarnos que hay doscientos casos más, de empresas y personas
naturales, donde el SII detectó eventuales evasiones con características
similares a las que dichas aristas presentan. ¡Doscientos casos más!
¿En un país no corrupto? Por favor, hablemos en serio. De una vez por
todas.
Y respecto de Caval, ¿cuántos cavales más andan dando vuelta por ahí?
¿Cuántos negocios millonarios se efectuaron, a partir de información
privilegiada, en el ámbito financiero, en el inmobiliario, en el de
pensiones y en el de obras públicas? ¿Cuántos que no hemos detectado
aún?
Y el uso de la estructura administrativa del Estado para pagar
favores políticos y situar en él a parientes y familiares (hay miles de
casos), ¿me va a decir que no es corrupción? ¿Según cuál definición de
corrupción? ¿Cuál será aquella tan flexible y relajada que usa el
ministro? Y si es corrupción, ¿por qué no se controla? ¿Dónde están los
mecanismos que permiten hacerlo? Estimado lector, para efectuar el acto
corrupto de usar el aparato estatal como bolsa de trabajo en beneficio
de parientes y correligionarios, en Chile hay chipe libre.
Y el brutal incremento que se aplicaron en sus rentas los
parlamentarios aprovechando el MOPGate (140%; multiplique su sueldo por
2,4 para que tenga una idea de lo que significa), ¿no es un acto de
corrupción? ¿No es legislar en beneficio propio y en contra del interés
común? ¿Y quién controla ese tipo de actos? ¿Cómo se fiscaliza en Chile a
funcionarios públicos que han demostrado que, cuando tienen la
oportunidad, no vacilan en utilizar el poder de que disponen para
favorecerse?
Usted lo percibe igual que yo, estoy seguro: esto, lo que estamos
viendo, es la punta del iceberg; es la basura que está oculta en el
extremo de la alfombra. Si pudiésemos ventilar, si llegásemos a levantar
completa la alfombra, le encargo lo que encontraríamos. Chile, ¿un país
no corrupto? No me haga reír.
De manera que la primera condición para ser un país no corrupto,
aunque le pese al ministro, Chile, nuestro Chile querido, no la cumple.
Ni por asomo.
Lo segundo: cuándo se descubren actos de corrupción, ¿se transparentan?
A ver… ¿de verdad es necesario que profundice al respecto? ¿No basta
con la aplastante evidencia que hemos conocido respecto de la arista
Soquimich del caso Caval? Sólo a manera de recordatorio le detallo
algunos de los esfuerzos efectuados para sepultar el caso, e impedir que
se le investigue y la verdad salga a la luz: hace unas semanas se
intentó sacar de la investigación al fiscal encargado; el SII ha
dilatado hasta el límite la entrega de información a la Fiscalía y hasta
la semana pasada, pese a todo el tiempo transcurrido, aún no efectuaba
las denuncias que la ley le exige (ojo, denuncias que tiene la
obligación legal de efectuar y que debió haber interpuesto hace meses);
el mismo SII ha intentado imponer soluciones administrativas al caso,
tratando de evitar que éste se penalice; Soquimich se ha negado a
entregar información a la Fiscalía y su ex gerente general ha recurrido
al TC en procura de reafirmar su postura.
Dígame, ¿podemos llamar transparencia a este verdadero engendro
creado para dilatar y ocultar eventuales delitos y a sus autores y
cómplices?
Y este no es un hecho aislado. Revise hacia atrás y verá que en todos
los casos de corrupción detectados, que son muchos, nunca hemos sabido
toda la verdad. Siempre se han tendido espesos mantos para ocultarla.
Partiendo por el más emblemático de todos: el caso MOP-Gate.
Ahora, respecto de esas 200 empresas que, según Jorratt, habrían
usado las mismas figuras delictivas que Penta, ¿por qué no se hacen las
denuncias? ¿No hay, acaso, obligación legal de efectuarlas cuando se
está en presencia de un eventual delito? ¿No obliga a eso, por lo demás,
la transparencia?
Así que la segunda condición para ser un país no corrupto, aunque le
siga pesando al ministro, tampoco la cumple nuestro Chile querido. Vamos
bien hasta el momento, ¿verdad?
Lo tercero: ¿se sancionan drásticamente los casos de corrupción descubiertos?
Veamos… ¿le suena algún caso donde este requisito se haya cumplido?
De todos los hechos de corrupción descubiertos, que son bastantes,
¿recuerda aunque sea uno en el que se haya sancionado a los culpables
como corresponde (a todos los culpables, no sólo a algún chivo
expiatorio)? ¿Uno solo? ¿Siquiera uno?
No necesita esforzarse en demasía, porque no hay ninguno. Respecto de la corrupción, en Chile, campea la impunidad más absoluta.
Como puede usted observar, y para espanto del ministro Peñailillo,
Chile tampoco cumple la tercera condición. Peor aún, está muy lejos de
cumplirla.
Y si no se da en nuestra querida nación ninguna de las tres
condiciones que debe, necesariamente, cumplir un país no corrupto, ¿en
qué antecedente concreto se basa el ministro Peñailillo para sostener
que Chile merece esa calificación? ¿En su apreciación personal? ¿En su
olfato? ¿O lo que planteó no era una aseveración sino un deseo? ¿Nada
más que un anhelo?
Porque, si es así, ese anhelo lo tenemos todos.
Ahora, para cumplirlo, concordemos, no basta con desearlo. Se
requieren cambios drásticos. Y aunque el recién creado “Consejo Asesor
contra los conflictos de interés, el tráfico de influencia y la
corrupción” pueda parecer, dada la experiencia anterior de Michelle
Bachelet en materia de comisiones, una pérdida de tiempo (o una ganancia
de tiempo, depende del punto de vista), a mi parecer puede
transformarse en una valiosa oportunidad. Siempre y cuando el Consejo
esté a la altura, por supuesto. ¿Y qué tendría que hacer, como mínimo,
el Consejo para estar a la altura? Pues, me comprometo a abordar el tema
en mi próxima columna.
Mientras tanto, si usted conoce al ministro Peñailillo, aconséjelo
(estamos en época de consejos) que se aleje del ámbito del humor y que
revise su concepto de “país no corrupto”. Porque, verdaderamente, deja
mucho que desear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario