Por Eduardo Carrasco
La actual discusión sobre Hidroaysén podría valer como una demostración más de lo despistados que andan los políticos chilenos acerca de los verdaderos intereses de la gente.
Frente a un tema que debería haberse planteado
predominantemente como un problema técnico, porque en él las decisiones dependen principalmente de las previsiones sobre necesidades energéticas y de las posibilidades nacionales para responder a ellas, todo se ha confundido en una discusión sobre responsabilidades pasadas y sobre el derecho que unos y otros tienen para hablar y decidir sobre problemas ecológicos. ¿A quién le interesa este debate? Fuera de a los propios políticos, a nadie.
Es ingenuo pensar que a los ciudadanos pudiera interesarles una discusión planteada en esos términos. Ella tiene como base otra ingenuidad, la de pensar que los votos van a inclinarse hacia un lado o hacia otro según sea su resultado. Como si las preferencias por Bachelet fueran a verse afectadas según haya sido la política de la ex-Presidenta frente al tema de Hidroaysén, o, por el otro lado, como si el hecho de que el gobierno actual fuese la continuidad de una política energética diseñada durante los gobiernos de la Concertación, fuera a sumarle o a restarle legitimidad frente a la ciudadanía.
Todo esto es infantil, y se parece mucho a una pelea de borrachos: “tú dijiste que…”, “no, ese fuiste tú…”, “y por qué ahora vienes con que…, si antes afirmabas que…”, “yo nunca he dicho que…”, etc., etc. Los políticos andan despistados, deberían informarse sobre los factores que verdaderamente influyen en las preferencias de los votantes.
Lo que uno quisiera escuchar son las razones de fondo que justifican las posiciones: ¿Por qué pareciera tan importante una decisión sobre Hidroaysén? ¿Cuáles son las opciones, en caso de sufrir este proyecto un recambio? ¿Por qué ambas facciones apoyaron esto desde una posición de gobierno? ¿Qué proponen los que ahora lo rechazan? ¿Cuál es la política energética que justifica la aprobación o el rechazo?
Por aquí y por allá aparecen opiniones aisladas en este sentido, pero el centro de la discusión está precisamente en lo que más confunde y distorsiona, cuando de lo que se trata es de prever responsablemente el futuro de nuestra nación.
Un Ministro del petróleo saudí afirmaba con sabiduría que la edad de piedra no se terminó porque se acabaran las piedras. Con ello pretendía demostrar los peligros que tiene la pretensión de predecir lo que pasará en el futuro con la edad del petróleo. Lo más probable es que cambie la actual dirección de la historia y surja una nueva situación en la cual el petróleo deje de ser tan importante como lo es hoy día.
Eso que pasó con las piedras, mañana pasará con los hidrocarburos. Esto mismo podría aplicarse en Chile, pues los que afirman con una seguridad sorprendente que en 10 años mas Chile deberá doblar su producción de electricidad, proyectan hacia el futuro la realidad actual sin considerar los prodigiosos cambios que la historia de la invención humana nos tiene reservados.
Esto debiera llamar a la cautela y al estudio más cuidadoso de nuestras posibilidades energéticas. Esta semana el gobierno alemán ha anunciado que renunciará definitivamente a las centrales nucleares. Ya se han cerrado siete de ellas y se prevé que en un plazo de diez años se cerrarán todas. La opción que ha tomado Alemania ha dejado al mundo entero sorprendido. Dejando de lado los riesgos ecológicos que la opción nuclear trae consigo, lo cierto es que lo nuclear tiene los días contados: el uranio de alta ley es un recurso no renovable y al ritmo actual de explotación, de acuerdo a la previsión más optimista, se acabará dentro de 80 a 100 años. Que Chile lo esté descartando, parece entonces una sabia medida.
Entonces, las opciones energéticas son solamente dos: energías no renovables no atómicas y energías renovables. Las primeras son las más riesgosas. Las segundas son las que preconizan la ecología y dentro de ellas está la energía hidráulica.
Los problemas que ésta parece tener, tienen que ver con la alteración del ecosistema fluvial, la destrucción de hábitats, la modificación del caudal de los ríos y los cambios en las características del agua, como su temperatura, grado de oxigenación y otras. Por otra parte, hay alteraciones del paisaje. Todo esto no parece tan grave frente a los terribles estragos causados por las energías no renovables. Pareciera entonces desproporcionada la reacción tan violenta en contra de Hidroaysén.
¿O será que Chile se está tomando en serio la definición de Nicanor Parra, según la cual Chile no es un país, sino, a lo más, un paisaje? ¿De cuándo acá habría tenido lugar este hecho prodigioso? No se ve que nadie se haya ocupado mucho del paisaje cuando se ha tratado de otras medidas y de otras decisiones.
Entonces: ¿Qué explica esta airada reacción ciudadana? La clave de todo esto pareciera estar en la consigna que ha estado apareciendo en las manifestaciones masivas de los últimos días: “El pueblo sin partidos, jamás será vencido”.
Tal vez lo que se está expresando, más que una protesta sobre decisiones que afectan nuestra ecología, sea un masivo acto de repudio a la clase política nacional, que debería prestar atención a estos hechos para que no los deje el tren que ya se ha echado andar.
Correr detrás del tren en marcha no es la mejor solución. Se nota demasiado el oportunismo.
Entonces sería mejor prepararse para los tiempos que despuntan en el horizonte, tiempos en los que, como hemos afirmado, la edad de los representantes comienza a abrirle paso a una nueva edad, la de los ciudadanos responsables.
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