“Estamos bien en el Parlamento los 158”
- Hugo Gutiérrez
- Diputado de la República por la Región de Tarapacá
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- Al igual como los 33 mineros de Atacama, enterrados a 700 metros de
profundidad en la mina San José, los parlamentarios estamos metidos en
el fondo del hoyo, sin ver la luz, sólo intentando sobrevivir, todos
cuestionados por igual, esperando una solución imaginativa, estilo
capsula Fénix, para seguir manteniendo el poder político y privilegios.
Confiando en que la práctica de los últimos 25 años se vuelva a reeditar
y los acuerdos por arriba sean la solución anhelada.
En el fondo del subterráneo-Parlamento la paranoia se apodera de
senadores y diputados, los que aparentan no darse por aludidos y siguen
su quehacer como si nada ocurriera en el país. Otros actores políticos,
dentro y fuera de La Moneda, conocedores de lo que sucedía, en vez de
dar soluciones correctas a lo que estaba aconteciendo, intentaron
ocultar las trucherías mediante los mentados acuerdos políticos.
Justificando todo con el argumento de los grandes estadistas, estilo
Ricardo Lagos, “razones de Estado”.
Aclaremos, las “razones de Estado” son legítimas cuando permiten
crear un orden político que sea capaz de aplicar justicia. Aquellas
soluciones que entorpezcan la realización de justicia podrán ser razones
de élite o casta, pero no razones de un Estado democrático de derecho.
Hasta el momento, 13 senadores y 37 diputados, cuya función principal
implica confeccionar la ley, entre las que debería estar el sancionar
los hechos de corrupción, por el contrario, crearon redes de impunidad
en torno a grandes empresas privadas y, eventualmente, serían cómplices
de los hechos que hoy son públicos: financiamiento ilegal, falsificación
de boletas, evasión tributaria y leyes corruptas.
Los 50 enunciados corresponden a un tercio de los 158 parlamentarios
que, de acuerdo a la normativa constitucional vigente, son los que deben
confeccionar las leyes. Hacer la ley significa decirle a la sociedad
qué norma jurídica deben observar, cumplir o acatar. Sin duda se hace
difícil decirles a otros lo que deben hacer, cuando el que lo dice tiene
grandes cuestionamientos. Por ahora, a mí se me ocurren a lo menos
tres:
Primer cuestionamiento, elecciones corruptas. Los elegidos
al Congreso Nacional llegaron con la “noble misión” de representar a los
que los han elegido, al menos eso se creía cándidamente. ¡Los
parlamentarios son los representantes del pueblo de Chile! Ahora es
público y notorio que en realidad buena parte de los congresistas
representan a empresarios, grandes conglomerados económicos, a los que
les interesa que nada cambie, y es por ello que nada cambia.
Y por qué los conglomerados privados serían favorables a los cambios
si a ellos y a sus amigos les va tan bien: utilidades de Isapres, AFPs,
bancos, holdings mineros, empresas pesqueras y forestales. Y
más aún, por qué iban a cambiar las cosas, si cuando los descubrían en
sus abusos no les salía ni por curaos; como ejemplo: colusión
de farmacias, MOP-Gate, La Polar, Cascada, alzas unilaterales de
Isapres. Ahora entendemos por qué, por más que eligiéramos autoridades
que se comprometían con grandes transformaciones, todo seguía igual.
Buena parte de los parlamentarios no representan a quienes les dieron el
voto, sino a quien le dio el dinero para su campaña.
Hoy se hace patente que la representación parlamentaria es una
ficción jurídica y la ciudadanía exige que se investigue todo y la
autoridad se convence y exclama: ¡caiga quien caiga!
Segundo cuestionamiento, representación antipopular. Por más
de 24 años los representantes populares han sido elegidos mediante el
peor de los sistemas electorales, el sistema binominal: impopular,
antimayoritario y excluyente. Dicho diseño sólo cabía en la imaginación
gremialista de Jaime Guzmán, quien no tenía ninguna intensión de
representar el sentir popular sino domesticarlo. El sistema electoral
binominal escabulló representar debidamente a la población, a la que
intentó esculpir a imagen y semejanza de la Constitución Política del
dictador Pinochet. El pueblo cansado de su no representación hoy exige
¡que se vayan todos!
Tercer cuestionamiento, desconfianza y descrédito institucional.
El sentir popular en diversas encuestas nos repite con contundencia que
el Congreso Nacional es una institución a la que los chilenos y
chilenas no le creen. La última encuesta Adimark arrojó un 75% de
desaprobación para el Senado y un 77% de desaprobación para la Cámara de
Diputados.
Si hoy se ha puesto fin al sistema electoral binominal y se discute
una nueva fórmula de financiamiento de la política, es porque la
relación partidos políticos-dinero no resiste más. Pero la ciudadanía
intuye que todas las fórmulas legisladas o por legislar serán para
mejorar la democracia representativa y cerrar, así, la puerta a
cualquier tipo de democracia participativa. En el fondo, está el temor
al pueblo y a la perdida de los privilegios. Se teme que un día se le
pregunte a la ciudadanía, por ejemplo, si quiere que el sistema de
capitalización individual siga siendo la forma de asegurar las
pensiones, y ésta responda “NO”.
En definitiva, ante la actual aversión popular no se puede optar por
mirar al techo e invisibilizar la falta de confianza y credibilidad en
nosotros. Debemos hacer algo ¡ahora! Aunque ese ahora
implique un adelantamiento de las elecciones parlamentarias, con nueva
ley electoral y con financiamiento a la actividad política. Así
tendríamos, a corto andar, un Congreso Nacional claramente legitimado
para hacer todas las leyes, incluyendo una Nueva Constitución Política,
que el pueblo requiere y que hasta hoy no tiene respuesta.
De seguro habrá algunos que dirán que no tiene importancia que el
debate sobre las leyes, incluida la norma fundamental, lo realice un
Congreso Nacional cuestionado en su elección y en el financiamiento de
los elegidos. ¿Por qué?, porque en dictadura las leyes, nuevamente
incluida la actual Constitución, se elaboraron entre cuatro personajes
vestidos de uniforme militar entre cuatro paredes. ¿Alguien, desde la
institucionalidad, le ha cuestionado legitimidad? Nadie. En todo este
tiempo le hemos dado legitimidad a toda la barbarie jurídica de la
dictadura, pasando por su Constitución Política. Entonces, se nos dirá,
“este Parlamento es lo más parecido a una asamblea griega. ¡Debemos
darnos por conformes!”.
Lo peor está en que esos cuatro generales han extendido su fórmula de
hacer las leyes, hasta el día de hoy, de espalda al pueblo y sólo
pensando en la propiedad privada y en los intereses de las corporaciones
privadas nacionales y transnacionales, a nombre de quienes se dio el
golpe de Estado de 1973, se torturó, desapareció y asesinó a miles de compatriotas.
El sistema electoral binominal y la financiación privada de campañas
electorales es el instrumento que nos dejó la dictadura para que el
modelo económico social continuara igual como fue pensado en dictadura. Y
si alguien insinúa que hay que hacer las transformaciones que el país
reclama, se amenaza: “¿Quieren un populista cualquiera? ¿Quieren otro
militar?”. Los que amenazan saben bien que lo que se reclama es una
Nueva Constitución Política y ellos, tan autocomplacientes y cómodos
como siempre, es algo que no se pueden permitir.
Hoy se unen los de aquí y los de allá para decirnos que “no hay
crisis”, que “las instituciones funcionan”, que “hay que dejarlas
tranquilas”. En buenas cuentas, que la institucionalidad pinochetista
funciona. Entonces, como ayer la Junta de Gobierno y hoy el Congreso
Nacional, se espera el olvido y que todo siga funcionando normalmente,
“¡aquí no ha pasado nada!”, dirán.
Es la misma historia de los 33 mineros: los responsables de lo
acontecido en la mina San José fueron los privados, la solución la dio
el Estado de Chile a través de ASMAR, se les rescató, y aquí no ha
pasado nada. En el Parlamento se dirá “Estamos bien, y seguimos bien,
los 158”.
De la ciudadanía depende que no pasemos del “Caiga quien caiga” al “Que se vayan todos” para terminar en “Que todo siga igual”.
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