Parlamento y corrupción: una historia que se repite en la historia de Chile
- Edison Ortiz
- Dr. y profesor universitario.
-
- Los casos de corrupción que salpican al Parlamento tienen a esta
entrañable institución republicana en el ojo del huracán y sumida en una
de sus peores crisis de legitimidad. Si bien todos reconocemos su
significativo rol en nuestra consolidación democrática y autoafirmación
como nación soberana, lo cierto es que hechos como los conocidos a
través de los casos Penta y Soquimich, plantean hoy ni más ni menos que
una discusión sobre su legitimidad, la eventual necesidad de elecciones
anticipadas o el llamado a una asamblea constituyente, resultado de que
un número aún indeterminado de sus miembros aparecen involucrados en
casos de financiamiento ilegal de campañas y eventuales actos de
corrupción.
La república oligárquica
Es pleno siglo XIX, época en que los vecinos de las pocas familias
influyentes de Santiago controlan la política –votan los varones de más
de 25 años que poseen rentas onerosas– y en los debates parlamentarios
se hace costumbre que se refieran a ellos mismos como “el diputado por
Valdivia” o “por Vichuquén”. Sin embargo, al revisar las nóminas de los
asistentes se puede verificar que, casi todos, son vecinos de la capital
que se compraban un asiento en el Congreso. Un Ejecutivo fuerte y un
modelo electoral afín –las listas cerradas– hicieron que el poder
nacional y también local –la ley orgánica de municipalidades de 1854
estableció la primacía definitiva de intendentes y gobernadores sobre
los cuerpos edilicios– quedasen a disposición de los grandes
terratenientes metropolitanos que controlaban La Moneda. Se impone
entonces el famoso “modelo bróker” de la obediencia legislativa de los
parlamentarios –casi todos electos en las listas del Ejecutivo– a cambio
de la generación de clientelas en la administración y/o negocios que
los beneficiaran, siendo el paso del ramal ferroviario, la discusión
sobre el código minero o el salitre algunas de las más conocidas.
Víctor León, en su libro Voces a toda máquina, nos relata la
instalación del ferrocarril que, como se sabe, después de una inicial
participación del sector privado, fue asumida completamente por el
fisco. Por entonces estaba en construcción gran parte de los ramales
ferroviarios, pues la elite había decidido que “el caballo de acero”
conectaría un país con una geografía tan compleja. Es 1869 y por
entonces era normal que los senadores –en su mayoría también
terratenientes con haciendas en el Valle Centro-Sur o negocios mineros
en el norte– se involucraran y defendieran los proyectos ferroviarios
que podían afectar sus intereses. Ello ocurre en la sesión en que se
discute el territorio por donde pasará el ramal hacia la costa que
beneficiará a los productores agrícolas de esos valles, incorporándolos
rápidamente al mercado. Se enfrentan los terratenientes Federico
Errázuriz Zañartu, del sector de Palmilla, y el senador Concha, quien
representaba los intereses de proyectar el ramal por Curicó. En la
discusión, Errázuriz reconoce que será uno de los beneficiarios directos
del proyecto –“soy uno de los propietarios que va a beneficiarse con
la construcción del ramal que se proyecta”–; sin embargo, en la votación
no se abstiene y el ramal se construye por San Fernando-Santa
Cruz-Palmilla-Pichilemu. Un par de años después, Errázuriz sería ungido
por sus pares –226 votos contra 58 por José Tomás Urmeneta– como
presidente de Chile.
Un segundo ejemplo del papel de los parlamentarios-terratenientes se
manifestará en la discusión del código minero del 29-30 de septiembre de
1874. El protagonista del debate y quien lo monopoliza en la Cámara es
el héroe radical, Manuel Antonio Matta, actor central de la rebelión de
1858, quien había ofrecido su pecho a las bayonetas y calificó al
gobierno de Montt como tiránico y corrupto y cuya hazaña concluyó con su
condena a muerte, la que luego le fue conmutada por la de
extrañamiento. El debate, signado por la aprobación de ese marco
normativo y las observaciones presentadas –minerales, agua, inclusión
del huano, pertenencias, etc.– por el legislador, buscaba salvaguardar
el interés de los propietarios en la nueva compilación. Esta discusión
revela de cuerpo entero a un Matta desconocido, debido a su afán por
rebajar la edad mínima de los niños y las mujeres que trabajan en las
minas, fijada en doce años, según el artículo 115 del proyecto y que
buscó reducir a diez:
“Porque hai trabajos mineros en los que puede decirse que los niños
trabajan en labores interiores i que sin embargo son en la superficie de
la tierra i no alcanzan a dañar la salud de aquéllos; i por esto no es
justo privar a las familias de esa ganancia… habiendo una manera tan
sencilla de poder conciliar los intereses de la industria minera con los
más sagrados de la familia no creo inadecuada la modificación que he
tenido el honor de proponer” (sic).
Matta postulaba que la facultad para fijar la edad mínima residiese
en los municipios, los que a través de una ordenanza establecerían el
tope. Como se sabe, eran los caudillos políticos nacionales los que
controlaban los municipios y estaba claro que su aspiración era, en
definitiva, que esa función la determinara él. Ramírez Necochea indica
que tal criterio, aceptado en la Cámara, fue finalmente rechazado en el
Senado, que preservó los doce años.
El fondo de soborno de salitre
Es 1897 y ya ha muerto el rey del salitre John North y un grupo de
accionistas de la compañía del ferrocarril salitrero inició una
investigación en conformidad a las leyes británicas, con el fin de
determinar en qué forma se habían invertido cien mil libras esterlinas.
Se constituyó al efecto un comité de accionistas que enjuició a varios
directores de la citada compañía, entre los que se encontraban Robert
Harvey y un miembro del Parlamento británico. Según relata Ramírez
Necochea, el 1 de enero de 1898 el Railways Times
publicó el editorial titulado “El fondo del soborno y la corrupción de
los Ferrocarriles salitreros”, donde se incluyeron las declaraciones
prestadas por Harvey y otros y reproducidas por la prensa chilena de la
época. En el interrogatorio a uno de los directores, sir Ashmead
Bartlett, a la sazón miembro del Parlamento británico, se destaca el
siguiente diálogo con su interrogador:
Pregunta: “¿Podría Ud., darme detalles de la inversión de esos grandes ítems, de modo que se pueda ver cómo se han producido?”.
Respuesta: “No podría distinguir exactamente entre lo que se puede
llamar gastos legales legítimos y gastos legales de carácter privado, lo
que por supuesto, y no es un secreto para nadie, consistía en dinero
regalado a gentes en Chile que se creía pudieran ser útiles al
ferrocarril. La administración pública en Chile es, como Ud. sabe, muy
corrompida, y como se nos atacaba de todos modos, se nos aconsejó hacer
ese gasto para resguardar los derechos”.
Pregunta: “¿Para qué se hacían estas grandes entregas de dinero?”.
Respuesta: “Se le hacían esas entregas de dinero porque él defendía
los pleitos de la Compañía y porque afirmaba que gastando esas sumas
conseguiría atraerse influencias que nos asegurarían el éxito y que para
conseguirlo necesitaba ese dinero. Debe Ud. tener entendido que el modo
de proceder de la justicia en Chile no está basado en el alto padrón de
pureza que existe en este país. No digo que sea necesario cohechar
jueces, pero creo que muchos miembros del Senado, escasos de recursos,
sacaron algún beneficio de parte de ese dinero a cambio de sus votos; y
que sirvió para impedir que el Gobierno se negara en absoluto a oír
nuestras protestas y reclamaciones…”.
En el interrogatorio a E. Manby, el 26 de mayo de 1897, se produce el siguiente diálogo:
Pregunta: “¿Puede usted decirme para qué se contrató los servicios del señor B… y cuánto se le pagaba al año por ellos?”.
Respuesta: “No recuerdo cuánto se le pagaba al año pero puedo obtener
el dato. Sus servicios eran más bien de carácter diplomático que de
otra cosa. Era un hombre muy influyente en Iquique. Tenía por bajo
cuerda bastante influencia política y pensamos que podría sernos útil”.
Más tarde, José Miguel Valdés Carrera dio a conocer la nómina de 23
connotados políticos que estaban al servicio de los ingleses. En el
grupo había actores de varias facciones del Parlamento, como Julio
Zegers, Eulogio Altamirano, Ignacio Santa María, Pedro Bannen, Manuel
Cristi, Carlos Walker Martínez, Julio Segundo Zegers, hijo, o Enrique
Mac Iver, entre otros, y que en su mayoría apoyaron, en 1891, el
levantamiento contra Balmaceda que le costó al país más de 10.000
muertos y el suicidio del propio Presidente.
El parlamentarismo: cohecho y tráfico de influencias
El régimen que se instaló a partir del derrocamiento de Balmaceda ha
sido visto por la historiografía tradicional –también por la de
izquierda– como el símbolo de lo “infecundo”, graficado por las
“rotativas ministeriales” –hubo siete gobiernos y cada uno de ellos tuvo
un promedio de 15 gabinetes–, pues los secretarios de Estado debían
contar con su confianza y ésta se perdía rápidamente cuando el
Presidente no cumplía “un favor” o “una solicitud” de un legislador
influyente, quien, mediante distintas prácticas –debate sin clausura,
abandono de la Sala, devolución de los proyectos a comisiones, censuras o
interpelaciones, etc.– evitaba el avance legislativo, entrampándolo en
eternas negociaciones hasta conseguir sus objetivos. El sistema que más
evidenciaba la corrupción y el soborno en este periodo era el de las
elecciones, que se caracterizó por el cohecho, cuyos protagonistas eran
los terratenientes senadores. Andrés Palma –hijo de un ex presidente del
Senado y nieto de Ignacio Palma Smith, legislador del Partido
Conservador– cuenta que su abuelo en una ocasión fue mandatado para “ir a
pagar los votos” a una elección complementaria en Pichilemu. Viajó en
ferrocarril, pero como éste era controlado por los liberales, detuvieron
el tren para que Palma no cumpliese su objetivo. Solo el auxilio de un
hacendado local le permitió viajar toda la noche y llegar con el maletín
al balneario a cumplir “su misión”, que Palma entendía como una
actividad normal.
También en esa época se fortalece la práctica de percibir la
administración pública como botín de guerra de los parlamentarios, lo
que la tornó incompetente, siendo la consecuencia más brutal el vínculo
que se estableció, desde entonces, entre negocios y política, en que
varios parlamentarios, aprovechando su influencia, actuaban como
abogados representando a grandes empresas en juicio con el fisco o los
casos aun más graves que involucraron la concesión de cuantiosos
trabajos fiscales, la entrega de miles de hectáreas en el sur o la
apropiación de tierras fiscales ricas en minerales. Hay algunos que,
incluso, llegaron a “ponerle precio” a su apoyo al Ejecutivo. De allí la
mala fama del periodo pese al cuestionamiento del historiador británico
Harold Blakemore, quien se preguntó: si el parlamentarismo había sido
tan malo, ¿cómo es que Chile, a partir de 1891, pudo exhibir muchos
logros y gozar de una paz social que perduró hasta 1925? Se trataba,
claro, del próspero ciclo del salitre, que permitió mantener sin graves
crisis unas instituciones políticas de baja calidad.
“Quien toca Ministerio, no agarra camioneta”
Dicen que la famosa frase es de Ibáñez. Chile viene saliendo de la
“era radical”, donde se disparó “la empleomanía” que hizo crecer la
dotación a excesos que darían los argumentos a la dictadura militar para
iniciar la posterior jibarización del Estado.
El Congreso ya iba aumentando su desprestigio y comenzaban a surgir
Estanqueros y otros grupos que, desde 1958, se dedicarían
sistemáticamente a hacer caer nuestra vieja democracia. Es la época en
que en Clarín trabaja Eugenio Lira Massi y publica sus textos como La cueva del Senado y los 45 senadores y La Cámara y los 147 a dieta,
títulos que evidencian la adjetivación negativa que ya por aquella
época amenazaba a unas de nuestras principales instituciones
democráticas.
Al justificar el título de su texto el autor dirá: “Ya sé que todos
están pensando mal y creyendo que yo estoy relacionando un poder del
Estado y sus miembros con el famoso cuento. Falso. Primero porque el
Senado es una verdadera ‘cueva’, luego diré por qué. Segundo, los otros
eran 40 y éstos 45; además aquellos eran ladrones y estos son
‘honorables’”. Luego agrega que por sus servicios prestados la patria
“está en deuda con ellos y hace bien en recompensarlos en parte
proporcionándoles dos secretarios, estacionamiento gratuito, entrada
liberada al Estadio Nacional, pasajes libres en Lan Chile, en la empresa
marítima del Estado, franqueo gratis, útiles de escritorio, oficina,
almuerzo, onces, todo cuando pidan en hora de sesión y un micrófono para
que cuando tengan que levantar la voz no griten como los rotos”. No es
casual que caracterice a uno de ellos como “Don cheque”.
El papel del soborno en el derrumbe de la antigua república
Durante la administración de González Videla, cuando ya Chile quedó
enrolado en la Guerra Fría en el bloque occidental, se propuso la
creación de una organización secreta anticomunista –que tendría su
versión pública como Acción Chilena Anticomunista (ACHA)– y que pedía el
apoyo de la embajada estadounidense en Santiago. En un Memorándum
estrictamente confidencial de Spruille Braden, asistente, al embajador
Bowers, éste le señalaba que “la organización ya tiene un comité
ejecutivo formado por cuatro parlamentarios en ejercicio del Congreso”, y
que requerían “colaboración económica para hacer frente a los enormes
gastos necesarios para construir esta empresa de interés mutuo”. La
decisión de apoyar financieramente al grupo, donde incluso había
militantes con trayectoria socialista, como Juan Bautista Rosetti, fue
tomada y direccionada desde entonces por el Departamento de Estado.
El partido o movimiento elegido en Chile fue la Democracia Cristiana.
Garcés sostiene que, ya en 1955, dicha agrupación fue articulada en la
coalición occidental, a través de Juan de Dios Carmona, diputado
falangista, quien le ofreció al entonces embajador norteamericano en
Santiago que su “partido podía demostrar la unidad de propósitos entre
EE.UU. y elementos demócratas progresistas que buscan el progreso social
[entonces] sería muy útil que algunos líderes democratacristianos
pudieran venir desde Europa, dado que los países de Sudamérica pueden
aprender de la experiencia directa de los europeos con el comunismo”
(“Chilean Political Matters”, Memorandum of Conversation, July 1, 1955,
RG Dept. of State 1955-1959).
Ya en 1961, el propio gobierno de Kennedy se encargó, junto con la
CIA, de armar un equipo que dirigiera el proceso electoral en la próxima
contienda presidencial de 1964, que entraría en coordinación con otro
comité en Santiago. El personaje seleccionado fue nada más y nada menos
que el senador Eduardo Frei Montalva: “Con este democristiano la
historia moderna de Chile entraba en una nueva etapa, la elección de un
presidente de la República en la nómina de pago de potencias
extranjeras” (Joan Garcés).
Como ya lo sabemos a partir de 1962 los servicios secretos
norteamericanos entregaban 50.000 dólares al Partido Demócrata Cristiano
(PDC), y una cantidad superior de 180.000 dólares era enviada a la
persona de Eduardo Frei, quien como consta en el informe Covert Action in Chile 1963-1973 (p.
40) la recibió. El mismo Frei, el 1 de marzo de 1962, manifestaba al
entonces embajador estadounidense que “el único camino correcto para
EE.UU. era ayudar al actual gobierno [Alessandri] en sus dificultades
para asegurar que aguantara hasta 1964, evitar así el posible caos y la
posibilidad real y actual de una victoria del FRAP si Alessandri
dimitía” (Cole to Secretary of State, Feb. 27, 1962. Box 1564). Por esas
mismas fechas el Partido Democrático Nacional (PADENA), integrado en el
Frente de Acción Popular (FRAP), tenía al diputado Luis Pareto, quien,
ya por entonces, actuaba de enlace con la embajada de Estados Unidos
para impedir que el PADENA respaldara la candidatura de Allende en 1964
(“Memorandum of Conversation with Deputy Luis Pareto González”,
february, 1, 1962). Cabe recordar que en 1973 Pareto, desde el PDC y
como presidente de la Cámara de Diputados, estimuló la insurrección
militar contra Allende.
De hecho, en 1964 la CIA financió más del 50% de los gastos de la
campaña de Frei, aportando unos 20 millones de dólares, cifra superior a
la inversión por elector de los candidatos republicano y demócrata de
ese año en EE.UU. El triunfo de Frei, fue aplastante sobre Allende.
El soborno vuelve a hacerse presente nuevamente en 1970, pues pese a
que Frei y su equipo habían perdido el control del aparato partidario,
la CIA puso el 14 de septiembre 250.000 dólares en las manos del líder
falangista para influir sobre parlamentarios del PDC y evitar que
votarán por Allende (CIA, Memo de 9-10-1970, en Alleged Assassination
Involving Foreign Leaders, The Select Committee to Study Governmental
Operations with Respect to Intelligence Activities, US Senate, 20 nov.
1975, p. 230).
En definitiva, en la medida que se han desempolvado archivos de ese
tiempo queda clara la intención de soborno sobre parlamentarios,
constante histórica en la que parece caer periódicamente una parte de la
institución.
La Junta y el Poder Legislativo: el asalto a mano armada al fisco de Chile
La dictadura no solo provocó el horror humano conocido sino, y este
es un daño inconmensurable, el desfalco del Estado chileno vía la
externalización de sus funciones y de las ventas a precio de “chaucha”,
con créditos Corfo, a los mismos funcionarios que estaban a cargo de su
administración o de los procesos de licitación en curso.
Como se sabe, luego de su primer momento de furia, que Jaime Guzmán
describió como “un caballo chúcaro”, se impuso Pinochet como el líder
golpista al interior de la Junta y al resto de sus miembros se los
decoró con la función legislativa en un régimen donde el Ejecutivo lo
era todo, y al que no se le escapaba de sus manos ni el Poder Judicial.
Y sabemos lo que hoy nos ha estallado en la cara: surgieron los
Penta, los Soquimich, “los Chispas”, y junto con ellos sus personajes:
los Yuraszeck, los Carlos Eugenio Lavín, los “Choclo” Délano, los
Piñera, los Saieh, los Silva, los generales que aún ocupan directorios, y
los Ponce Lerou, por nombrar a algunos de sus protagonistas más
controvertidos. No hubo control y el Legislativo, la Junta, fue un
instrumento más de represión, de complicidad con el “saqueo” a mano
armada al fisco. Y como esa actuación no se revirtió por la incipiente
democracia, con la excepción de una revisión hecha por una comisión
investigadora en la Cámara, esos mismos protagonistas se encargaron de
manchar a muchos demócratas, algunos de los cuales tal vez se hicieron
ricos, pero que no dimensionaron el daño y la estocada letal que le
provocaron a la democracia.
La transición democrática
Los “pinocheques” hicieron que desde inicios de los 90 hubiese
material suficiente para haber tomado el toro de la corrupción de la
dictadura por las astas aunque, finalmente, el Gobierno y los
parlamentarios optaron por no investigar ante las asonadas militares
pinochetistas, sentando ya un precedente. Y tempranamente actores
políticos se vieron involucrados en casos de coima y cohecho.
Recordarán el caso de la limpieza de malezas en Concón, que afectó a
Enap y de paso al ministro de Minería de ese entonces, Juan Hamilton,
quien luego accedió a un cupo senatorial por Valparaíso. Nadie entiende
aún por qué un operador financiero como Juan Pablo Dávila fue autorizado
para jugar con fondos a futuro por U$ 50 millones y terminó haciéndolo
por cifras muy superiores en una maniobra que le costó caro al erario
nacional. Y entonces, se vino Piñera.
Alguna vez relató un ex senador que era impresionante ver por
aquellos tiempos a Piñera en su pupitre con altos de carpetas en su
escritorio, revisando sus negocios. Corría el año 1997 y se conocía “el
negocio del siglo”, la venta de Enersis a la española Endesa, en lo que
fue conocido como el caso Chispas. Una parte de los accionistas,
encabezados por José Yuraszeck –uno de los beneficiados directos con el
saqueo–, vendieron su participación a la española sobrevalorada
perjudicando a otros accionistas, entre los que se encontraba el senador
RN. Piñera reclamó y usando su cargo pudo obtener más beneficios que el
resto de los accionistas.
La corrupción siguió avanzando
Estallaron los casos de las coimas en las plantas de Revisión Técnica
(PRT) y las escuelas de conductores en O’Higgins que, nuevamente,
involucraron a parlamentarios que terminaron siendo detenidos y
posteriormente liberados por la Corte Suprema, en fallos muy
cuestionados y que sentaron el precedente de que no pagabas
consecuencias si desfalcabas al fisco. Eso fue letal para la democracia.
Finalmente, Lagos, que cree que se viene preparando un golpe blanco,
no duda en apoyar el acuerdo Insulza-Longueira para regular,
insuficientemente, la relación entre dinero y política, hacer borrón y
cuenta nueva con los gastos reservados, modernizar el Estado y, también,
permitir el aporte anónimo de empresas a campañas políticas, lo que
solo profundizó el contubernio negocios-política. Se vienen entonces los
empleos brujos en la V Región, Publicam, hasta llegar a los casos
Penta, Caval y Soquimich.
Sin embargo, hubo una alerta previa que nadie quiso escuchar. El
2006, distintos actores políticos de la Concertación – Edgardo
Boeninger, Genaro Arriagada, Gonzalo Martner y Jorge Schaulsohn–
afirmaron, cada uno a su manera, que existía un uso clientelar de fondos
fiscales y de colusión con financiamiento de empresas privadas. La
discusión abortó por la manipulación mediática y judicial opositora,
mientras Schaulsohn, ya aliado con Allamand, introdujo su famosa frase
de “la ideología de la corrupción” y terminó siendo expulsado del PPD,
para luego caer en la degradación, acusado de realizar múltiples estafas
y condenado por la Justicia.
Como de nuevo no se hizo nada para penalizar el financiamiento ilegal
de campañas, el 2009 se volvieron a hacer famosos los parlamentarios
que malversaban asignaciones en falsos arriendos: Maximiliano Errázuriz
fue el niño símbolo de aquella nueva expresión de falta de honestidad de
algunos miembros del Congreso.
Piñera: el poder al desnudo
Es durante su administración que el fenómeno cobra aún mayor
visibilidad. Recordemos que en 2006 fue sancionado con una alta multa
por transacciones de acciones usando información privilegiada, que en
Estados Unidos le hubiera costado la cárcel, lo que no impidió que una
mayoría de chilenos lo eligiera Presidente. Su primer gabinete, el de
“los gerentes”, es una clara evidencia de la señal que se da al
Parlamento: la incestuosa relación entre dinero y política, cuyo caso
más simbólico es el del ex subsecretario Wagner. Se viene entonces el
acuerdo transversal en el Congreso sobre invariabilidad tributaria en
materia de royalty, que respaldan en 2012 transversalmente
desde Escalona a Pablo Longueira y que inhibe la posibilidad de que
sucesivos gobiernos democráticos (hasta 2023) puedan aumentar la
tributación minera. Ahora entendemos perfectamente por qué.
Le siguen hechos como el soborno en la Ley de Pesca, cuyo símbolo es
la ex diputada Marta Isasi, y los correos del UDI Ernesto Silva
recibiendo instrucciones de dueños de Isapres para proteger sus
intereses en la tramitación de la ley en 2013.
Entonces llega Michelle Bachelet con un diagnóstico equivocado de la
realidad chilena, el creer que se puede seguir dilatando el cambio
constitucional y hacer reformas puntuales en materia de financiamiento
de la política a la rastra de la coyuntura y los casos de corrupción que
van apareciendo, en vez de tomar una fuerte iniciativa global que
vuelva a dotar de legitimidad al sistema político democrático. Y
constituye un equipo que, como hemos sabido en estos días, fue
financiado en determinados períodos por la empresa del recaudador
Giorgio Martelli, que facturaba, entre otras, a SQM. Martelli llegó a
decir en un seminario que “yo no soy un político, tampoco un empresario;
soy un operador. Lo digo sin ningún pudor: si me metí en este tema, es
porque creo que uno de los aportes que se deben hacer en la política es
no tener pudor con el dinero, lo que es un estigma de la
centroizquierda. Eso es lo que pienso”. Bueno, se destapan enseguida los
casos Penta y SQM en el área de fraudes al fisco, cohecho y
financiamiento ilegal de la política, y el caso Caval en el área del
tráfico de influencias para beneficio particular, y así es como llegamos
a donde estamos.
Epílogo: una institución con luces y sombras
No cabe duda que el Parlamento chileno desde su origen, en 1811, y
hasta hoy, ha desempeñado un rol protagónico en la construcción de la
democracia. Momentos culminante de su gran labor fueron su apoyo al
proceso independentista; su papel en la expresión del pluralismo
político y la legitimación de la oposición, en especial de los liberales
y radicales durante el siglo XIX, junto a la contención de la frecuente
inclinación autoritaria del Poder Ejecutivo; su contribución al
surgimiento de un pensamiento laico, o su significativo rol en la
industrialización del país; o su punto más notable y alto en 1971,
cuando transversalmente respaldó la nacionalización del cobre. O, más
recientemente, el papel de muchos legisladores como garantes de derechos
ante la indefensión de la ciudadanía.
Pero los comportamientos menos destellantes y más controvertidos,
como los acá señalados, no sólo terminan provocando que una parte
significativa de chilenos pensemos que la única salida es que la
Presidenta convoque a un plebiscito que dirima la salida a nuestra
crisis institucional el próximo 21 de mayo, sino también que desde la
propia Nueva Mayoría se levanten voces destituyentes solicitando
adelantar todas las elecciones de autoridades, para superar la crisis de
legitimidad (¿para evitar una asamblea constituyente y que luego todo
siga igual?).
Pero esta crisis puede ser, si se recoge como una oportunidad, una
buena posibilidad de romper con una imagen que periódicamente se repite
sobre el Parlamento como insustituible institución republicana. La
presentación este martes 21 de abril de la más grande iniciativa
impulsada por parlamentarios –más de 50, que van desde el PC a Gaspar
Rivas– para que un plebiscito convocado por el Ejecutivo dirima la
crisis de legitimidad, puede ser esa puerta que engrandezca a la Cámara.
Del actual Parlamento depende que en el futuro no se agreguen más
datos a este prontuario y se establezca una completa separación del
dinero y la política, así como verdaderas penas ejemplificadoras para la
corrupción, el tráfico de influencias y el financiamiento ilegal de
campañas, incluyendo la inmediata pérdida del escaño para los
parlamentarios involucrados. Si ello no ocurre, estaremos obligados a
repetir con Nicanor Parra: “¡Corrupción sustentable, venceremos!”.
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