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sábado, 4 de septiembre de 2010

Sacerdote André Jarlan: A 26 años del asesinato del emblemático cura de la población La Victoria

Fuente Cambio 21

La imagen del padre Pierre Dubois, con sus brazos abiertos en cruz, avanzando sereno al encuentro de un bus policial de Fuerzas Especiales, en medio de una noche iluminada sólo por las fogatas de las barricadas, dio la vuelta al mundo.

Era el 27 de marzo de 1984 y al sacerdote francés avecindado en Chile para hacer trabajo pastoral entre los pobres, su acción le costó siete horas de detención y varios golpes en el cuerpo. No era la primera vez, ni la última, que el párroco intercedía entre pobladores y fuerzas represivas predicando la no violencia, como una forma casi desesperada de evitar mayores tragedias.

En esa misma cruzada andaba la noche del 4 de septiembre de 1984 en medio de una de las más grandes protestas populares registradas en ese tiempo. Cuando volvió a su casa, su compañero de labores pastorales, el padre André Jarlan, le esperaba sentado en su mesa de trabajo, con su cabeza recostada sobre el Salmo 129. Un hilo de sangre ya había detenido su fluir desde su cuello. Jarlan estaba muerto. Este sábado se cumplien 26 años de ese episodio.

Su vida como sacerdote

Jarlan fue ordenado sacerdote el 16 de junio de 1968 en Rodez, Francia, y luego nombrado vicario de la parroquia de Aubin. Se desempeñó como asesor de la Juventud Obrera Cristiana y de la Acción Católica Obrera de la región.

En 1982 estudió español en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. En febrero del año siguiente llegó a la parroquia de la población La Victoria, en Santiago de Chile, donde sirvió por un año y medio antes de su fallecimiento.

El relato del padre Pierre Dubois

El padre Pierre Dubois, uno de sus amigos de ese tiempo lo describe como "un hombre siempre disponible, abierto al diálogo con la gente y que después de su descubrimiento del mundo obrero había elegido vivir junto a los más desheredados". Exigente consigo mismo, también reclamaba a sus colaboradores "una entrega total, la mayor generosidad".

"Ese año y medio en la Victoria quedó grabado en tantos que compartieron con él su quehacer pastoral, su incansable acompañamiento, su sonrisa permanente. Hoy vive especialmente en los jóvenes, a los que dedicó sus mejores esfuerzos, con paciencia y alegría, demostrándoles que era posible el cambio si, más que hablar de compromiso, uno se compromete", indicó

Agrega que "en el living de la casa tengo una fotografía que me recuerda en forma permanente ese momento terrible en que buscando a Andrés, lo vi sentado delante de su escritorio con la cabeza reposando sobre la Bíblia, sin movimiento".

"Alguien me preguntó una vez si era sano tener así la foto de un muerto. Sólo le pregunté qué representaban para él los dos palos colgados al lado, y el hombre clavado en ellos: ¿Signo de muerte o signo de vida?", comenta el padre.

Agrega que "los cientos de velas que iluminaron la oscura noche del 4 de septiembre de 1984, la paz que devolvieron a miles de pobladores, jóvenes y niños indignados y desconsolados, le dan la razón al comentario de Andrés que quedó pegado a la Bíblia por su propia sangre: "Cristo da vida, dando su vida". Con Él, por Él, en Él, Andrés derramó su sangre y ha sido luz y paz, fuerza y vida para miles de cristianos y no cristianos dentro y fuera de La Victoria".

Finalmente indicó que "es el precio que hay que estar dispuesto a pagar. Andrés lo vivió por la ofrenda de su vida y lo enseñó con sus palabras. En el año de la familia recordaremos un texto de él en que aplica esa ley del Evangelio al matrimonio, base de la unidad de la sociedad: "Ser cristiano es seguir a Cristo. Es difícil tomar una decisión de ruptura respecto a la familia pero Cristo está siempre al lado del que sufre. El matrimonio es sufrir dejando a una familia por amor (superior) a otra familia, a niños."

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