El derecho a expresarse en las calles se ganó en largos, dolorosos y dramáticos años, en los cuales fueron presos, torturados y asesinados, miles de chilenos y chilenas.
Las autoridades que dirigen el país no estaban del lado de quienes lograron el derecho a manifestarse y a expresarse libremente, ni por ningún otro derecho que, aunque limitados, siguen siendo conquistas democráticas ganadas por la gente llana.
La actual autoridad estaba en el otro lado. Eran de los que querían mantener la dictadura per omnia secula por el acostumbramiento propio del que pudo abusar de las granjerías que ofrece el poder total e impune.
Si esas mismas personas disfrutan hoy de las gracias del poder ganado en una contienda democrática, ha sido por la responsabilidad de la Concertación que les pavimentó el camino, y de la izquierda que dejó que eso pasara.
El derecho a manifestarse no puede ser entendido como el derecho de Hinzpeter a dar permiso para el efecto.
No es posible permitir que sea la autoridad la que diga cómo, cuando y donde la gente haga sentir su malestar. La manifestación del sábado pueden resultar un precedente que en el futuro limite las manifestaciones de la gente y que en el futuro se dé permiso para el domingo a las diez de a noche en el cerro Chena, cuando se quiera protestar.
Se corre el riego de generar una oposición institucional, amaestrada, respetuosa de una autoridad que no demuestra ningún respeto por quienes tiene pleno derecho a hacer uso de las calles para hacer saber su descontento.
Cuando se trata de manifestarse contra las autoridades que han cercenado derechos, amordazados bocas e impuesto políticas anti populares y lesivas para los perdedores de siempre, resulta curioso hacerlas con la venia de esa misma autoridad, y muy extraño aceptando sus condiciones ridículas.
La gente tiene derecho a manifestarse en la calle y sin permiso cuando le dé la gana.
No se crea que en las oficinas secretas del régimen no se estudien estos casos con profusión de detalles. Ni que se simulen cursos de acción para desactivarlos, porque nadie piense que aguantarán mucho más con la gente hostigando en las calles con gritos y consignas.
Recordemos que la derecha no está acostumbrada a gobernar de ese modo. Le sale más fluida la gestión cuando puede echar mano a medios más persuasivos que el mísero gas o el vil palo.
Si la autoridad puede decidir donde y cuando la gente debe decir esta boca es mía, falta poco para que diga sobre qué puede hacerlo y sobre qué no.
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