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sábado, 14 de mayo de 2011

La cultura de la represión

Ricardo Candia Cares
concep120















Estimulados por la adrenalina que se desprende de las arengas del Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, el cuerpo de Carabineros arriesga la integridad física de los que se manifiestan en las calles, disparando al cuerpo.

Como si levantar la voz ante tanta canallada fuera un delito.

La malformación congénita que le impide aceptar como un hecho humano el reclamo de la gente, se da maña para aplicarse con todo el rigor que la brutalidad permite, ocultos en la cobardía de las oficinas de palacio, en los exoesqueletos que les deforma los rasgos, y en la impunidad que le deforma su decencia.

Resulta fácil decir recibo órdenes y minutos después poner en el cumplimiento de esas órdenes ilegítimas una fruición enfermiza.

De a poco, la sociedad chilena se viene acostumbrando a algo que se suponía propio de la dictadura. Miles de veces se dijo que nunca más en Chile. Sin embargo, estamos en presencia de excesos criminales de la policía que antes eran mal viston y condenados por casi todos, pero que ahora se ven de lo más bien en la televisión en cadena. El apaleo criminal de hoy goza de una legitimidad que el del tirano no tenía.

Usando para tan loables efectos los medios sofisticados que los presupuestos generosos permiten, la policía hace esfuerzos para parecer como una de las más eficientes del mundo en el capítulo de la paliza cobarde. Como si ese dato fuera motivo de orgullo.

Sin embargo, para ser justos, la costumbre por el trato inmoral a que se somete a quienes hacen uso del derecho humano de expresar su descontento, no fue inaugurado por los actuales mandamases, por más que parezca.

Durante la gestión de los anteriores cuatro presidentes del régimen, Ministros del Interior y sus respectivos subsecretarios, hicieron esfuerzos notables por pasar a la historia como tiranuelos ávidos de hacer sentir su poder sobre la fieras y dispuestos a humillar a los perdedores que intentaron durante esos cuatro lustros, hacer oír su indignación.

Una vez cumplida su misión, corrían ante los poderosos e inclinaban su cuerpo hasta medio cuerpo, esperando de ellos alguna caricia maternal. Una palmaditas en las espaldas curvadas.

Los prepotentes Ministros del Interior y Sub Secretarios de la misma cartera que fungieron durante el régimen de la Concertación, inauguran esta cultura que las nuevas generaciones se aprestan a sufrir, y que combina periódicas fiestas democráticas, las votaciones, con sus respectivos equilibrios de mordaza, palo, gas y balas.

Por entonces, no era Hinzpeter & Chico Peña quienes lideraban esas heroicas batallas. Eran apellidos con linaje democrático, como el actual diputado, ayer Sheriff, Felipe Harboe, durante cuya gestión murieron baleados tres jóvenes en el sur del país, culpables de ser mapuche, si no vamos tan lejos por ejemplos notables.

Restauradas las costumbres del apaleo y el gatillo fácil, no falta mucho para que otro estudiante caiga muerto por la violencia cobarde la policía.

La bestialidad policial no puede ser un aspecto aceptado en democracia. O este país no es democrático y es posible la incursión armada contra civiles indefensos al modo de las tiranías, o los encargados de fiscalizar las conductas propias de un Estado de derecho duermen o miran para el lado.

Así, de a poco nos comenzamos a acostumbrar a vivir aceptando las golpizas policiales como si fueran parte de la cultura nacional y no como lo que son: conductas cobardes que ocultan la desazón de los mandamases por los gritos y los reclamos.

Para estos tipos, nada como el orden, el silencio, la sumisión y el palo bien dado.


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