Acallándose ya los ecos de la reciente elección
municipal y el consabido debate sobre quien ganó y quién perdió, llevado
a efecto por los partidos políticos y “especialistas” sobre la materia,
me atrevo a opinar como un simple ciudadano que mira, escucha y, sobre
todo, observa
Acallándose
ya los ecos de la reciente elección municipal y el consabido debate
sobre quien ganó y quién perdió, llevado a efecto por los partidos
políticos y "especialistas" sobre la materia, me atrevo a opinar como un
simple ciudadano que mira, escucha y, sobre todo, observa.
Afortunadamente aún no he oído aquella frase que suele pronunciarse por políticos de toda laya que se refieren al acontecimiento electoral como una nueva "fiesta de la democracia" vivida en el país.
Sin embargo, abundan los análisis de los resultados que buscan presentar lo ocurrido como una victoria o un simple traspié susceptible de ser remontado en el futuro.
Nuevamente se manipulan las cifras de acuerdo a la conveniencia de cada cual y se sacan cuentas alegres para las próximas elecciones.
Casi tangencialmente, se manifiesta algún grado de preocupación por la alta abstención, tratando de explicarla como un fenómeno circunstancial, atribuible a las modificaciones experimentadas por nuestro sistema electoral y, especialmente, al estreno del voto voluntario y la inscripción automática. Algunos avanzan un poco más y casi susurrando aventuran que pareciera manifestarse también una suerte de desafección con nuestra realidad institucional y política.
Con todo, ya conocidos los resultados electorales, los esfuerzos y debates apuntan ahora hacia la próxima elección y las precandidaturas presidenciales, y como agregado las elecciones parlamentarias. Por cierto, los desconocidos de siempre, comienzan a afilar sus estacas.
Pero volviendo a los resultados de la elección y la pregunta sobre ¿quién ganó?: creo que no ganó nadie; perdieron todos los partidos políticos y las coaliciones en torno a las cuales éstos se agruparon.
Estas elecciones no son sino el más brutal de los fracasos que hayan experimentado en su historia.
En efecto, de un total de 13.404.087 electores inscritos, se abstuvieron de votar 7.908.155 ciudadanos. Esto significa que la abstención alcanzó un 59%.
Se trata del nivel más alto de abstención alcanzado en nuestra historia, antecedente que debe contrastarse con un grado de participación cívica de nuestro pueblo calificado por los especialistas en general como históricamente alto.
El debate político post electoral, sin embargo, no quiere asumir este hecho fundamental del porte de una catedral. Sus actores se niegan a verlo, asumirlo y discutirlo. Parece que no conviene conducir por ahí el debate, pues necesariamente ello implicará determinar culpabilidades y eso no está en la agenda de quienes pudieran ser los responsables.
La gran incógnita es cómo esa mayoritaria cantidad de ciudadanos irá encontrando causes para expresarse en el futuro, porque no se trata de personas a las que no le preocupa lo que ocurre en su país sino que no se sienten interpretados ni representados por las actuales dirigencias y sus organizaciones políticas.
Paradojalmente esta vez esa gran masa habló con su silencio. Ojalá éste se escuche.
Afortunadamente aún no he oído aquella frase que suele pronunciarse por políticos de toda laya que se refieren al acontecimiento electoral como una nueva "fiesta de la democracia" vivida en el país.
Sin embargo, abundan los análisis de los resultados que buscan presentar lo ocurrido como una victoria o un simple traspié susceptible de ser remontado en el futuro.
Nuevamente se manipulan las cifras de acuerdo a la conveniencia de cada cual y se sacan cuentas alegres para las próximas elecciones.
Casi tangencialmente, se manifiesta algún grado de preocupación por la alta abstención, tratando de explicarla como un fenómeno circunstancial, atribuible a las modificaciones experimentadas por nuestro sistema electoral y, especialmente, al estreno del voto voluntario y la inscripción automática. Algunos avanzan un poco más y casi susurrando aventuran que pareciera manifestarse también una suerte de desafección con nuestra realidad institucional y política.
Con todo, ya conocidos los resultados electorales, los esfuerzos y debates apuntan ahora hacia la próxima elección y las precandidaturas presidenciales, y como agregado las elecciones parlamentarias. Por cierto, los desconocidos de siempre, comienzan a afilar sus estacas.
Pero volviendo a los resultados de la elección y la pregunta sobre ¿quién ganó?: creo que no ganó nadie; perdieron todos los partidos políticos y las coaliciones en torno a las cuales éstos se agruparon.
Estas elecciones no son sino el más brutal de los fracasos que hayan experimentado en su historia.
En efecto, de un total de 13.404.087 electores inscritos, se abstuvieron de votar 7.908.155 ciudadanos. Esto significa que la abstención alcanzó un 59%.
Se trata del nivel más alto de abstención alcanzado en nuestra historia, antecedente que debe contrastarse con un grado de participación cívica de nuestro pueblo calificado por los especialistas en general como históricamente alto.
El debate político post electoral, sin embargo, no quiere asumir este hecho fundamental del porte de una catedral. Sus actores se niegan a verlo, asumirlo y discutirlo. Parece que no conviene conducir por ahí el debate, pues necesariamente ello implicará determinar culpabilidades y eso no está en la agenda de quienes pudieran ser los responsables.
La gran incógnita es cómo esa mayoritaria cantidad de ciudadanos irá encontrando causes para expresarse en el futuro, porque no se trata de personas a las que no le preocupa lo que ocurre en su país sino que no se sienten interpretados ni representados por las actuales dirigencias y sus organizaciones políticas.
Paradojalmente esta vez esa gran masa habló con su silencio. Ojalá éste se escuche.
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