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lunes, 26 de julio de 2010

Carta dirigida al Monseñor Errázuriz, envíada por Camila Andrea Espinoza Gaete, estudiante de 2do Año, del Liceo Juan Pablo II de Nancagua.


Carta dirigida a Monseñor‏ Errázuriz.
Monseñor Francisco Javier Errázuriz
Presente:

Distinguido señor. Mi nombre es Camila Andrea Espinoza Gaete. Curso el 2do. Año medio en el Liceo Juan Pablo II de Nancagua, en la Región del Libertador Bernardo O’Higgins. Pertenezco a una familia eminentemente católica y he tomado la decisión personal de escribirle una carta a Ud. como la máxima autoridad eclesiástica de este país, para referirme, desde mi posición de joven, a la decisión que ha adoptado la iglesia en las últimas horas de otorgarles un indulto a personas que en Chile violaron los derechos humanos, que cometieron crímenes atroces contra sus compatriotas, entre otros torturas, violaciones, desapariciones de personas, en un momento de la historia de este país que nosotros los jóvenes de mi edad, no vivimos directamente, pero respecto de los cuales fuimos también lamentablemente afectados.

Nací dentro de una familia por el lado de mi padre ligado a la política. Con una historia por cierto muy particular, pues mi abuelo, Luis Espinoza, fue diputado por P.Montt entre los años 1969-1973. No pude conocerlo, por la simple razón de que justamente él fue víctima de los actos más atroces que a un ser humano se le pueden cometer. Gracias a internet, (jamás nuestros padres nos contaron toda la verdad), supe que mi abuelo fue apresado por la simple razón de pensar diferente; pude por ese medio enterarme, que fue torturado brutalmente en la gobernación de Puerto Montt y en el recinto de investigaciones. Con dolor leí que antes de matarlo, mentes enfermizas le arrancaron las uñas de sus pies para hacerlo sufrir; y que posteriormente un día de diciembre de 1973 lo llevaron esposado supuestamente a la cárcel de Valdivia, donde inventaron un asalto al carro policial para fusilarlo de 16 balazos.

Sus restos los tiraron como si fueran los de un animal en un cementerio desde donde nuestra familia lo pudo sacar para brindarle cristiana sepultura.

Cuantos niños, jóvenes como yo, no pudieron conocer a sus seres queridos, a sus familiares, padres, abuelos, tíos, hermanos, etc, porque hubo personas que los asesinaron criminalmente?

Cuantos niños o jóvenes como yo, nos hubiera gustado conocerlos, disfrutar con ellos algunos años de nuestras vidas. Jugar, aprender, caminar, escuchar las historias que siempre los abuelos les cuentan a sus nietos?

A nosotros nos privaron de ello. Y por ello hoy, yo, pero por sobre todo, pensando en aquellos nietos, sobrinos, hijos, que si alcanzaron justicia por la muerte de sus seres queridos, que pudieron saber quiénes efectivamente los mataron o hicieron desaparecer, y que cumplían condenas por esos hechos, considero que lo que Ud. como máximo representante de la Iglesia del país ha propuesto para permitir el indulto de estas personas, me ha provocado un dolor en mi corazón, quizás de una niña, que no puedo describir.

La iglesia para los niños y los jóvenes es como el espejo que hay que seguir. Pero con su propuesta esos ideales, sueños se rompen de una manera inevitable. He visto la impotencia en estas horas de mi familia, que debe ser por cierto la impotencia de miles de chilenos que sienten con esta propuesta de indulto, una herida muy dolorosa que más que unir nos divide como país.

Desde pequeña escuché decir a mi padre, que lo que había ocurrido en Chile (1973) era una historia triste y dolorosa que había que superar. Que había que mirar para adelante, no seguir pegado al pasado y que todos debíamos luchar para que nunca más en Chile se repitan hechos tan violentos como los que ocurrieron.

Con esta propuesta de la iglesia que Ud. representa, lo que ha logrado es reabrir las heridas de un pasado triste y doloroso, que ha costado ir dejando atrás.

Con su propuesta Sr. Arzobispo, muchas abuelas como la mía, que quedó viuda con 4 hijos a los 33 años, que tuvieron que luchar solas en aquellos difíciles tiempos, deben haber derramado muchas lágrimas de pena, dolor, tristeza y asombro. Muchas abuelas como la mía, aún vivas, deben sentirse atropelladas por la propia iglesia de las que muchas ellas se sentían parte. Estoy segura, que anoche cuando quisieron dormir, volvieron a recordar los dolorosos episodios de los que fueron víctima en aquellos años.

Monseñor, soy joven, tengo desafíos y metas en mi vida. Quiero hoy confesarle, que yo sintiéndome católica, bautizada, siento dolor y desconfianza, porque Ud. pide clemencia y perdón por quienes no tuvieron compasión para asesinar a sus propios compatriotas. Como nieta de un ejecutado político, pido por el bien del país, que la iglesia recapacite respecto al grave daño que le está provocando con esta propuesta no solo a los familiares de víctimas de violación de los derechos humanos sino a la mayoría de la sociedad chilena.

Hoy en la mañana, al despertar pedí hablar con mi padre por este tema y le he señalado que no volveré a participar en mi liceo de una clase de religión, que no volveré jamás a pisar una iglesia católica, mientras esta no se retracte de tan dolorosa propuesta. Ello no implica que he dejado de creer en Dios, pero ya hoy no tengo en la iglesia la confianza que se requiere para participar en ella.

Mi padre, me ha señalado que esa es una decisión muy dolorosa y que debe ser tomada después de un período más largo de reflexión. No obstante ello, es una decisión que ya he adoptado, porque me he sentido dañada por esta propuesta, la que me ha ocasionado un dolor infinito que no puedo describir.

En la memoria de mi abuelo fallecido, en la memoria de todos aquellos que como él perdieron la vida, le hago entrega de esta carta, que en algo al menos alivia mi corazón, después del sufrimiento que nos ocasiona este hecho que ha sido condenado por miles de chilenos.

Agradecida de su atención.-
Camila Espinoza Gaete
Estudiante, nieta de ex diputado
Luis Espinoza Villalobos, ejecutado en
Pto. Montt el 2 de diciembre de 1973

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