Tras ser reabierta en febrero pasado, la Comisión sobre Prisión Política y Tortura, que en 2005 certificó más de 28.000 casos de tortura cometidos durante el régimen militar, ha recibido miles de testimonios de detenidos desaparecidos, ejecutados y víctimas de prisión y tortura que ahora deberá estudiar.
por EFE
Después de 37 años del golpe militar, miles de mujeres violadas en la dictadura de Augusto Pinochet han roto su silencio sobre una violencia sexual que hasta ahora se mantenía oculta.
Tras ser reabierta en febrero pasado, la Comisión sobre Prisión Política y Tortura, que en 2005 certificó más de 28.000 casos de tortura cometidos durante el régimen militar, ha recibido miles de testimonios de detenidos desaparecidos, ejecutados y víctimas de prisión y tortura que ahora deberá estudiar.
Este es el caso de las mujeres que fueron violadas de forma sistemática y generalizada durante la dictadura (1973-1990) y que hasta ahora no habían compartido sus experiencias por vergüenza, pudor y miedo a enfrentar un pasado que desean olvidar.
Entre quienes están decididas a poner punto final a esta situación está Patricia Herrera, una militante del Partido Socialista que fue detenida la noche del 27 de junio de 1974 “por pensar distinto”.
Patricia, que entonces era una estudiante universitaria de 19 años, siempre ha contado su historia por “compromiso moral y ético con la gente que ya no está”.
“Desde el momento en que eres detenida, te ponen una venda en los ojos y te amarran, pierdes la condición de ser humano. Yo sentí que me estaba muriendo, que caía en un hoyo en el que no había presente, pasado y futuro; no había nada. Fue mi primera muerte”, explicó a Efe.
Esta mujer, que nunca dejó de luchar ni perdió la ilusión por la vida, fue llevada a un centro de detención y tortura que había en esa época bajo la Plaza de la Constitución, frente al Palacio de La Moneda, donde mientras la tenían encañonada con una pistola la violaron sistemáticamente los once días que estuvo allí.
“La primera noche fue la peor”, recuerda. Amarrada y vendada sobre una colchoneta, forcejeaba inútilmente para evitar que los guardias la violaran en presencia de sus compañeros también detenidos, entre los que estaba su novio. “Fue atroz, fue el peor día de mi vida”, relató.
De allí, Patricia Herrera fue llevada al centro de tortura de la calle Londres, donde llegó casi inconsciente a causa de una infección que no le permitía ni mantenerse sentada, y de ahí a un pabellón secreto en el que se convirtió en una “desaparecida”, antes de ser conducida a un campo de concentración.
Pese a haber sufrido todo tipo de vejaciones para quebrar su fortaleza, aprendió a sobrevivir.
“Aprendí que algo es bueno dependiendo de donde vengas, y yo venía de algo muy terrible. El ser humano se acomoda a todo y puede sobrevivir”.
El 2 de septiembre de 1975, Patricia fue puesta en libertad y partió al exilio. Al llegar a París hizo un gran esfuerzo por superar lo que acaba de vivir.
“Tengo 20 años, es verano y hay flores en todas partes. Yo estoy aquí, viva, así es que, ¡adelante!”, se dijo.
Tras un mes de hospitalización, retomó sus estudios, terminó su doctorado, trabajó como activista pro derechos humanos y viajó a Cuba donde se enamoró y tuvo una hija, hasta que en 1991 pudo volver a un Chile “totalmente distinto al que había dejado”.
Retomó su vida, volvió a la misma casa donde la detuvieron y al partido que nunca dejó, pero siempre recordará lo que pasó.
“Hay cosas que nunca se olvidan, uno no puede salir de todo esto sin marcas”, reconoce esta mujer que siempre tuvo claro por qué luchaba.
“No soy una pobre mujer; soy alguien que sufrió cárcel, tortura y exilio y que no se arrepiente de nada en su vida”.
Tampoco Catalina Palma lamenta lo que hizo. Ella, militante también del Partido Socialista, fue detenida el 25 de noviembre de 1975 en Buenos Aires, en el marco de la “Operación Cóndor”, como se denominó a la operación coordinada entre las dictaduras militares del Cono Sur americano para asesinar a opositores en los años setenta y ochenta.
“Nunca piensas que vas a ser detenida y torturada, por eso eres capaz de hacer cosas, porque tienes cero sentido del miedo”, explicó Catalina a Efe al recordar el calvario en la cárcel argentina donde permaneció un año sometida a torturas y todo tipo de violencia sexual.
“Tenía miedo, estaba aterrorizada. No pensaba más que en vivir y sentir”, explica.
A pesar de ello, Catalina, que cumplió los 27 años en la cárcel, rehizo su vida durante su exilio en Inglaterra, tuvo un hijo y volvió en 1986 a Chile, donde hoy trabaja en la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica.
Como Catalina y Patricia, 3.399 mujeres rompieron su silencio y presentaron sus casos ante la comisión que presidió el obispo Sergio Valech y cuyo trabajo permitió en 2005 que 27.255 personas accedieran a medidas de reparación.
Casi todas fueron víctimas de violencia sexual y 316 reconocieron haber sido violadas, según datos que facilitó a Efe la Corporación Humanas, un centro de estudios que promueve los derechos de la mujer y que reclama que la violencia sexual sea considerada una forma de tortura.
“Lo que tradicionalmente se vincula a la tortura son la parrilla y los golpes” porque predomina “una mirada absolutamente machista”, declaró Carolina Carreras, presidenta de esta organización.
La Corporación Humanas critica que no haya un solo proceso judicial que revele la auténtica dimensión de este tipo de agresiones.
“En la memoria de este país y de las atrocidades de la dictadura tiene que aparecer la violencia sexual, porque eso nos asegura que que nunca más ocurra”, concluyó.
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