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miércoles, 16 de junio de 2010


La verdad de la doble V (o la injusticia de Vidal con Velasco)

escrito por Ismael Llona M.

Vidal ha sido injusto con Velasco al atribuirle la derrota electoral de la Concertación. Como también sería injusto el “liberal progresista” si le atribuyera la derrota a Vidal por contratar en el Ministerio de Defensa, hasta fines del gobierno de Michelle Bachelet, a ex funcionarios de la DINA y la CNI.

La doble V es una letra más de un abecedario que en algunos aspectos hizo mucho pero que devino, en general y al final, en impronta desgastada.
Sería feo que Vidal le dijera a Velasco que los “liberales progresistas” no fueron elegidos por la ciudadanía para gobernar en una alianza de centroizquierda, como sería feo que Velasco le recordara a Vidal su pasado en las terroristas brigadas antiallendistas que calificaban al gobierno popular mucho peor de lo que lo ha calificado el hermano más momio de Piñera.

La verdad es que la cosa es mucho más seria.
Digámoslo de una manera en que todos nos entendamos:
En veinte años la Concertación democratizó y modernizó el país pero no modificó de manera sustantiva el sistema capitalista imperante en Chile, como lo había prometido, como lo dicen sus mandatos teóricos y como lo habían hecho en gobiernos pasados sus partidos integrantes.
En veinte años.

Eso no es responsabilidad de Velasco ni es responsabilidad de Vidal, meros engranajes de una máquina que no dio para más.

¿A qué se debió esa tremenda deuda política?

Por cierto a que los grandes cambios que cuestionan el sistema son muy difíciles de lograr por “los poderes fácticos” que ellos enfrentan, por la oposición poderosa de la derecha política y porque la propia Concertación se fue derechizando, aceptando como dogmas muchos aspectos de la política neoliberal, expropiando empresas y tareas nacionales al Estado para entregarlas a grandes conglomerados nacionales e internacionales y asociándose, a través de personeros destacados, con las grandes empresas bancarias o de servicios que habían ofrecido debilitar y que en años anteriores habían cuestionado e incluso expropiado.
Los ex revolucionarios no devinieron en reformistas sino en funcionarios de primer nivel de la banca, las grandes corporaciones mineras, las AFP y las Isapres.
En veinte años la Concertación no tocó a las grandes compañías extranjeras del cobre, que no sólo mantuvieron sino que acrecentaron sus inmensas ganancias.
En veinte años la banca mantuvo y acrecentó su poder sobre el conjunto de la economía.
En veinte años se mejoró el nivel de vida de los más pobres pero no se avanzó en equidad y nuestra economía siguió siendo una de las más injustas del mundo.
En veinte años no se democratizó el sistema de comunicaciones, manejado, con todo lo que eso implica, por un duopolio reforzado. Por el contrario, se apoyó ese sistema con políticas como la de “la mejor política de comunicaciones (democrática) es no tener política de comunicaciones”.
En veinte años no fue reestructurada la Cancillería ni el Banco Central y las Fuerzas Armadas se consolidaron como grandes poderes negociadores con el gobierno de turno y no dependientes del Ejecutivo, como cualquier institucionalidad democrática lo establece.
En veinte años servicios tan vitales como comunicaciones (se constató en el terremoto), caminos, puertos, aeropuertos, agua potable, sistemas de salud, luz eléctrica, previsión social, e incluso transportes, quedaron hegemonizados por el negocio y el lucro.
La política económica - no la de ahorro ni la de apoyo a los más pobres- mantuvo en lo sustancial las líneas de la política económica de fines de la dictadura.
Foxley, Aninat, Eyzaguirre y Velasco se parecieron mucho más a Büchi que a los teóricos socialdemócratas o demócrata cristianos.
Hubo “políticas de estado”, es decir consensuadas con la derecha, en defensa, en relaciones exteriores, y en las grandes instituciones reguladoras.
Ese es el punto.
No se trata de “desviaciones” individuales o coyunturales.
No se trata sólo de Expansiva.
La verdad es que nunca la máquina de la Concertación rechazó, por incompatibles, a quienes devinieron en defensores claros del sistema.
Puede argumentarse, en un arrebato de franqueza derechista, que no se puede hacer otra cosa yque las cosas son como son. Declárense entonces buenos administradores del sistema y cierren, por obsoletos, los partidos de cuyas historias se han hecho dueños.
Es injusta la crítica de V a V.



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